El
alupio se asustó. No comprendía cómo aquella caja podía hablar y tener tan raros
sonidos. Se acercó a Axo mirando por todos lados sin comprender nada. Entonces
preguntó “Y esto que es?”. “Es un radio. Un aparato que dice lo que pasa en el
mundo”.
Eres
se quedó callado. Como le era difícil entender eso, dio algunos pasos mirando a
otras partes haciéndose el desentendido. No darìa importancia a eso.
El
joven salió un momento a recoger
chamizas y troncos secos porque necesitaba candela para protejerse. Hizo varios
viajes formando una pila que puso a la
entrada de la tienda; se agachó para hacer fuego con la mechera y ayudado de
las hojas secas que metió debajo, flameó una llamita que al comienzo fue débil
pero que luego creció formando una fogata de llamas amarillas y azules, con
chispas crepitantes muy voladoras en el aire gris. Así se protegerían en la
noche de los animales salvajes que quisieran acercarse y de los bichos
venenosos que con seguridad habían en el pasto y debajo de las piedras.
Como
no tenía ganas de hablar puso a su amiguito al lado suyo en los pliegues de una
bufanda para que no sintiera frío. Se volteó de medio lado durmiéndose en menos
de cinco minutos entre los ruidos y cantos que empezaban en la noche.
Eres no dormía, estaba vigilando
el sueño del muchacho.
Nada raro hubo en esas horas aparte de los sonidos
del bosque y del viento que insomne golpeaba los tallos, las ramas y las peñas
mas arriba de donde estaban.
A las cinco de la mañana ya había luz.
Axo estaba despierto, esperando que el día se
iluminara mas. Miraba despacio al alupio que dormía igual a una lagartija.
Se asusto sintiendo un aleteo en la nuca y una voz
que le dijo “Dormí mucho. Nunca había dormido
tanto. “Y como le pareció? preguntó el
joven al diminuto compañero. “Muy rico,
todo estaba tranquilo además no hubo aguaceros los aguaceros me dan mucho miedo”.
“ A mi también pero a veces me gusta ver cuando llueve sobre todo en las tardes
con el cielo azul.
Se quedaron sentados disfrutando el día nuevo y
pensando que tan lejos quedaría la cumbre, luego poniéndose de pié, Axo
desbarató la tienda. La acomodó en el morral lo mismo que las otras cosas y siendo
las siete de la mañana de un día blanco arrancó a caminar.
Ese día escalaron las paredes de interminables
peñas.
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