martes, 3 de noviembre de 2015

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 13 (La historia de una criatura humana (?) de ocho centìmetros.



Ese día escalaron las paredes de interminables peñas.
No se esforzó mucho Axo. Encontraba grietas y cortas salientes, relieves caprichosos que le facilitaban el ascenso.
Se detuvo encima de una piedra inmensa, mirando lejos con sus binóculos y descubriendo un mundo fascinante mas arriba.  Vio un bosque cubierto de neblina donde terminaban las rocas. Ese bosque le llamò la atención presintiendo cosas que no lograba descifrar.
Siguió por el suelo peñascoso donde crecían plantas de hojas anchas cubiertas de vellosidad y espinas duras, peligrosas, quizás venenosas. En menos de una hora la camisa y el pantalón se le empaparon de sudor. El esfuerzo era agotante pero estaba feliz en todo caso.
Tenía la mente despejada y el cuerpo liviano. “En diez minutos llegaremos al túnel de los oluros. Son las criaturas mas miedosas del mundo” dijo el alupio acercándose al oído de Axo para que lo escuchara con claridad. “Los Oluros?” “Si. Son las criaturas mas miedosas del planeta. Desde hace años viven en un túnel y les da miedo salir de ahì”.  “Verdad?”. “Si. Pronto los conocerá”. “Y usted es amigo de ellos?” “No. Pero los he visto seguido y conozco su conducta”.
Axo caminó encima de grandes charcos hundiéndose en el barro casi hasta las rodillas. Por momentos se atascaba sin poder mover las piernas pero Eres  volaba, atrapando bejucos que colgaban de los árboles, se los acercaba para que se agarrara de ellos y saliera sin problemas.
Ciento sesenta metros adelante al lado derecho de algunos árboles de caucho vio correr un arroyo de color violeta. Seguía bajo las ramas perdiéndose entre curvas retorcidas y helechos melenudos. Formaba una garganta de dos metros de ancho cubierta en los bordes por una alfombra de pasto muy verde y tierno. Quedó asombrado por un iris acuático de multitud de colores que lo atraía con fuerza magnetica. Era que en el fondo del arroyo se formaban miles de figuras caprichosas y fascinantes en un juego de agua y de cristales de colores inimaginados.

El muchacho se inclinó en la orilla totalmente sorprendido, se quedó mirando como el agua cambiaba de colores mientras una música líquida lo embrujaba atrayéndolo al fondo. Varias veces hundió la mano sacando centenares de piedrecitas raras que guardaba ansioso en el morral. Lo llenó completamente de modo que el peso que llevaría sería mucho pero eso no le importaba porque sabía que esas piedras no las conseguiría en ninguna otra parte.




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