Varias
veces hundió la mano sacando centenares de piedrecitas raras que guardaba ansioso
en el morral. Lo llenó completamente de modo que el peso que llevaría sería mucho
pero eso no le importaba porque sabía que esas piedras no las conseguiría en
ninguna otra parte.
Mas tarde supo que eran ágatas, zafiros y
topacios; que eran cornalinas y ónices y amatistas. Se lo dijo el alupio en
secreto porque le era prohibido hablar de las riquezas de la montaña. También
era prohibido devolverse a recoger más, porque en ese caso la fuente se
secaría.
Cargó de nuevo con el morral diciendo a su
amiguito “Como sabe tantas cosas?” “Es que nosotros fuimos hechos para cuidar
la montaña y protegerla de la gente mala que quiere destruirla, por eso sabemos
las cosas”.
Axo iba feliz caminaba sin darse cuenta. En una
curva cerrada se encontró con la boca alta de un túnel entre gigantescos
árboles que casi tapaban la entrada. Se quedó mirando a otros lados buscando nuevos
caminos para no entrar por ahí, porque le parecía peligroso. Por eso le preguntó
a Eres. “Tenemos que meternos por ese túnel? Es que no hay otro camino?” “No.
Solo éste, pero no le dé miedo. Ahì viven los Oluros, son callados, tiernos e
indefensos”.
Axo cogió al alupio para mirarle los ojos. Notó
una inmensidad honda en ellos como un universo y se quedó callado oprimiéndolo suave
en la mano. Después lo guardó en el bolsillo de la camisa como quien guarda un
grillo. El alupio sintió incomodidad de ir ahì y gritó “Sáqueme de aquí. Voy
muy fastidioso y siento mucho calor”.
Axo medio sonriendo metió tres dedos en el
bolsillo sacando a la criaturita que también sonrió. Lo puso encima del morral
escuchando cuando dijo “Gracias por
dejarme en libertad eso es lo mas importante para mi”.
El joven lo miró por encima del hombro y caminó
decidido hasta la boca del túnel donde empezó a andar despacio acostumbrando
los ojos a la oscuridad.
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