El joven lo miró por encima del hombro y caminó
decidido hasta la boca del túnel donde empezó a andar despacio acostumbrando
los ojos a la oscuridad.
Entraba confiado en medio de la negrura. Medía los
pasos adivinando sitios seguros para no caer en algún hueco y para no
tropezarse . En cinco minutos se acostumbró a la penumbra.
Vieron entre grandes piedras y sobre la arena, criaturas pàlidas,
transparentes que retrocedían cogiéndose de la mano. Eran centenares y tenían
mas o menos ochenta centímetros de altura. Los ojos les alumbraban semejantes a
las candelillas que vuelan de noche en el campo. “Perdieron la costumbre de
hablar y olvidaron su origen le susurró Eres a Axo en el oído. Hay que seguir
despacio para no asustarlos. Están muy quietos, casi paralizados por los
nervios que tienen frente a nosotros pero piensan que no los vemos”.
Se quedaron inmóviles buen rato terminando de
acostumbrar los ojos a ese ambiente, después el joven se sentó en la arena. Se
hacía el desentendido y con cada movimiento procuraba acercarse mas a los tìmidos
oluros hasta que en veinte minutos logró verlos de cerca.
Entonces dijo al alupio en un murmullo. “Son
húmedos y marchitos. No se les logra calcular la edad. Se les ven los pulmones y el hígado. . .Por
qué?” “Es que por la falta de sol en èsta caverna y en todo el túnel, se les pone
la piel transparente. Asì se comporta su organismo. Además sus ojos no tienen
pestañas y su cuerpo es torcido como los tallos de muchos árboles.
“Si y tampoco tienen dientes” añadió Axo “pero la
nariz es muy grande”.
Eres no contestó. Saltó de pronto desde el hombro
de su amigo cayendo a propòsito en el estómago de un Oluro que abrió la boca sorprendido.
Movió con desespero los brazos pretendiendo espantar al alupio entre tímidos quejidos.
Eres jugueteaba sobre él corriéndole sin parar por
los brazos, por las piernas y el estómago para sacarlo de su aletargamiento.
Movió rápidamente las alas volando tres veces alrededor de su cabeza y también
sobre los otros oluros que lo miraban maravillados y temblorosos, pero
completamente mudos.
De repente Eres soltó una risotada impúdica
mientras volaba. Y los oluros contagiados por las extrañas maniobras de aquel
raro pájaro con figura de humano y su risa, rieron también hasta cansarse y
revolcarse.
Fue asì que sudaron mucho, sintiendo dolor en los
músculos, en el estòmago, en el pecho por el esfuerzo. La mente pareció despertàrseles
y casi todos se pusieron de pie muy animados.
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