martes, 19 de enero de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 22 (La historia de una criatura humana (?) de ocho centìmetros.




Allá se confundieron en ese mar flotante que gemía impotente al universo, chirriando en un lamento profundo con el viento, cerca de las nubes rojas que pasaban huidizas.
Eres, atropellado por el moco de un elefante blanco que lo mandó entre polvo rocoso, se agarró de la camisa de su amigo que pretendía recuperar la estabilidad sujetándose de la oreja de un puma rugiente y salvaje.
Sintièndose impotentes, se desvanecieron en un vértigo hondo quedándose desmayados arriba, al capricho de las ciegas fuerzas.
Hora y media fuè la tormenta con sus sonidos y su destrucción sobre la tierra.
Axo y Eres, al rato,  volvieron a despertarse en el agite.
Hasta cuando será esto?” preguntó aullando el joven mientras se balanceaba entre animales, barro, piedras, árboles.   “Hasta que la montaña se tranquilice” gritó el alupio que volando muy difícil, se había metido en un bolsillo de la chaqueta del muchacho. “Por qué? Acaso la montaña está asustada?”  “Si”.  “Por què? Explíqueme”. “ lo que pasa es que como raras veces alguien quiere ir a lo alto, se asusta pensando que usted no pueda llegar”.  “Es rara esa conducta”. “Sí, la tensión le dura un tiempo hasta que al fin se calma”.
Sentían hambre. De pronto todo se agitó en locura, partiéndose el huracàn en pedazos bajo un trueno formidable mas allá del bosque y cerca al imperio de los cedros y los robles en el camino a la montaña.
Abriendo los ojos después de un golpe brutal, Axo se encontró en la orilla de una ciénaga grande y brillante. Se afanó por su amigo y recordando que lo había dejado en el bolsillo de su chaqueta, metió la mano y lo encontró allì. Lo sacó dejándolo en el pasto que crecía entre la arena blanca.
La criatura adolorida, lo miraba tratando de entender.
No supieron porqué estaban ahí, pero cuando la brisa les pegó en la cara se despertaron bien, mirando que la tormenta había pasado.
Vieron el sol mirándose en la ciénaga  entre las olas inventadas por el viento. Oyeron a los árboles haciendo canciones. Estiraban las ramas y se decían secretos que los dos amigos no alcanzaban a escuchar.
“Si que pasan cosas raras” dijo Axo quitándole una mancha a una guayaba. “Pero todavía seremos testigos de mas cosas” contestó Eres  estirándose en el hombro del muchacho cerca de la oreja para que lo escuchara bien.
El niño alargó la mano hasta su hombro izquierdo cogiendo al alupio. Lo trajo y lo puso en su mano.
Le dijo “ “Eres, mi amigo, realmente la naturaleza me ayuda con su compañía”.





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