Allá se confundieron en ese mar flotante que gemía
impotente al universo, chirriando en un lamento profundo con el viento, cerca
de las nubes rojas que pasaban huidizas.
Eres, atropellado por el moco de un elefante
blanco que lo mandó entre polvo rocoso, se agarró de la camisa de su amigo que pretendía
recuperar la estabilidad sujetándose de la oreja de un puma rugiente y salvaje.
Sintièndose impotentes, se desvanecieron en un
vértigo hondo quedándose desmayados arriba, al capricho de las ciegas fuerzas.
Hora y media fuè la tormenta con sus sonidos y su
destrucción sobre la tierra.
Axo y Eres, al rato, volvieron a despertarse en el agite.
“Hasta cuando será esto?” preguntó
aullando el joven mientras se balanceaba entre animales, barro, piedras,
árboles. “Hasta que la montaña se
tranquilice” gritó el alupio que volando muy difícil, se había metido en un
bolsillo de la chaqueta del muchacho. “Por qué? Acaso la montaña está asustada?”
“Si”. “Por què? Explíqueme”. “ lo que pasa es que como
raras veces alguien quiere ir a lo alto, se asusta pensando que usted no pueda
llegar”. “Es rara esa conducta”. “Sí, la
tensión le dura un tiempo hasta que al fin se calma”.
Sentían hambre. De pronto todo se agitó en locura,
partiéndose el huracàn en pedazos bajo un trueno formidable mas allá del bosque
y cerca al imperio de los cedros y los robles en el camino a la montaña.
Abriendo los ojos después de un golpe brutal, Axo
se encontró en la orilla de una ciénaga grande y brillante. Se afanó por su
amigo y recordando que lo había dejado en el bolsillo de su chaqueta, metió la
mano y lo encontró allì. Lo sacó dejándolo en el pasto que crecía entre la
arena blanca.
La criatura adolorida, lo miraba tratando de
entender.
No supieron porqué estaban ahí, pero cuando la brisa
les pegó en la cara se despertaron bien, mirando que la tormenta había pasado.
Vieron el sol mirándose en la ciénaga entre las olas inventadas por el viento. Oyeron
a los árboles haciendo canciones. Estiraban las ramas y se decían secretos que
los dos amigos no alcanzaban a escuchar.
“Si que pasan
cosas raras” dijo Axo quitándole una mancha a una guayaba. “Pero todavía
seremos testigos de mas cosas” contestó Eres
estirándose en el hombro del muchacho cerca de la oreja para que lo
escuchara bien.
El niño alargó la mano hasta su hombro izquierdo
cogiendo al alupio. Lo trajo y lo puso en su mano.
Le dijo “ “Eres, mi amigo, realmente la naturaleza
me ayuda con su compañía”.
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