Le dieron la
corona a esa joven ambiciosa que era una prima suya. Eso sucedió una tarde
cuando estaba ausente porque se había ido a
pasear por las orillas del río montada en el elefante blanco que la
tribu le tenía a su servicio.
Su prima amenazó
destruir el pueblo con la erupción de tres volcanes-con terremotos- lluvias-hirvientes-y-rayos-de-fuego
si le negaban el principado y el trono que siempre había deseado.
Al acercarse al
pueblo, la india heredera escuchó desde lejos una extraña algarabía que el
vuelo de los pájaros le anunciaba como fatal.
Urras, gritos,
risas, sonidos de flautas y tambores subían mas arriba de los árboles
extendiéndose por la selva y el aire de la tarde. Aguzó los oídos para conocer
exactamente lo que pasaba y presintiendo que algo malo le iba a suceder, arreó
al elefante para que caminara velòz entre los árboles que tumbaba a su paso con
el cuerpo y la fuerza de su moco hasta llegar a la orilla del pueblo que vivía
un verdadero carnaval.
Vio que esa
fiesta era su infortunio y caminando entre la manigua de los alrededores dejó
al elefante en la orilla del río para que tomara agua y se refrescara. Caminó
setenta metros en dirección a un gran patio donde se aclamaba a la nueva
princesa y subiendo a un árbol se acomodó en una gruesa rama para mirar lo que
pasaba.
Su prima ya
tenía la corona de plata y perlas en la cabeza, y el cetro de marfil en la mano
izquierda. Estaba sentada en el trono principesco que había sido forrado con
piel de pumas, plumas de pavo real y
plumas de guacamayas orejiamarillas. Lo habían cercado de flores de muchos colores. La tribu la rodeaba
danzando y cantando canciones de lluvias amarillas y pájaros fugaces.
Si la verdadera
heredera al trono hubiera llegado en éste momento no se hubiera podido hacer
nada. La prima ya había jurado fidelidad a la tribu por los dioses, los ríos y
las nubes, y de ese modo se constituía en la única princesa intérprete del
poder, la autoridad y la justicia.
Ese juramento no
podía invalidarse.
Entonces sin
decir nada, la heredera despojada ahora de su trono, bajó rápida del árbol con
lágrimas en las mejillas. Se vistió con su guayuco de piel de cebra que tenía
junto a otro árbol y se puso una flor amarilla en el pelo.
Caminó varios
días entre la selva y las rocas sin sentir hambre pero llena de gran tristeza.
Nadó por ríos turbulentos con ganas de ahogarse y se bañó con los diluvios de
las nubes.
El sol la quemó
cuarteándole la piel, y el viento la
arrastró varias veces queriendo elevarla por encima de los árboles. No dormía y
estaba agotada porque ni comer quería.
Como se encontró
con los leones de cuernos de marfil cerca a la montaña blanca, les contó su
historia y ellos asombrados por lo que le había pasado se ofrecieron a llevarla
donde quisiera.
Una mañana cuando las estrellas todavía parpadeaban,
se montó en uno de los leones y...........
No hay comentarios:
Publicar un comentario