Eres se quedó
callado.
Un murciélago
que había acabado de despertarse y volaba veloz entre los tallos, lo detuvo en
su relato. Cuando desapareció en medio de las ramas miró nuevamente los ojos de
su amigo y acomodándose en la bota del pantalón del muchacho que estaba sentado
mirando las ondas del agua siguió diciendo. “Esta princesa aprendió rápido el
lenguaje de los cocodrilos y los peces, las canciones de los corales y las madreperlas.
Ahora mantiene feliz, como los pocos mortales capaces de continua felicidad”.
“Cuando el sol
está en el fondo, ilumina la ciénaga de modo increíble. El agua es puro oro. Es
un gigantesco ojo de liquido fosforescente, difícil de explicar. Ve como
brilla? es oro bruñido”. “Bajamos a mirar?” propuso Axo. “No. Huirían de aquí y
la ciénaga dejaría de ser encantadora contestó Eres. Es bella porque ellos se
aman abajo. El sol está seguro que no pasa nada en la superficie del agua ni en
los árboles cuando està de visita. No sabe que al sumergirse, la ciénaga se
estremece enloquecida, formando olas cadenciosas, musicales y que todo el mundo
se da cuenta de eso. Ese astro es ingenuo” siguió diciendo Eres, “quizás por
eso es que su amante anda enloquecida de amor por el”. “Claro. Hoy en día eso
no se ve y cualquier princesa del agua y de las piedras que pueda tener un amante así, se llena de
orgullo y mucha dicha”. “Pasemos aquí la noche” dijo Axo buscando un lugar
adecuado donde tirarse a descansar. “Cuando empiece a amanecer estaremos
vigilantes para verlo. Saldrà velòz pero lo veremos. Yo quiero conocerlo”. “Bueno,
durmamos un rato mientras empieza a amanecer”.
Las ondas se extendían suaves y a veces se
aceleraban extrañamente. Era un movimiento rítmico y asfixiante, donde el aire
formaba remolinos inexplicables Eres dijo en voz muy baja. “El sol y la
princesa están haciendo el amor y por eso el agua se agita asì de loca y
perturbada”. “Si? Muy interesante saber eso. Entonces sigamos mirando a ver que
pasa” respondió Axo con los ojos hechos lluvia y musica.
En el centro del lago, el agua se levantó de pronto
en un grueso chorro que tenìa la fuerza de una explosión volcànica caída lejos,
en la otra orilla donde los árboles se estremecieron de gozo porque una
sensación de deleite invadía sus raíces, tallos, ramas y hojas. El pasto brotò
de repente, y los frutos maduraron ya. Los animales se pusieron ansiosos,
corriendo y volando enloquecidos por los bordes del agua y entre el bosque
tembloroso.
No parecía que
fuera de noche.
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