lunes, 29 de febrero de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 29 (La historia de una criatura humana (?) de ocho centìmetros.



Axo sonrió mirando los reflejos de la ciénaga y las ondas fabricadas por la brisa. Era agradable conocer semejante aventura que la historia no se atrevía a escribir quizás por miedo al sol.

Mas arriba de la ciénaga en el pequeño pueblo del valle de las lanzas había un desorden particular. Los habitantes entraban a las casas conversando agitados, hacían gestos y señales, muy excitados.  Miraban por las ventanas, salían a las puertas, volvían a entrar, para luego mirar la única calle tan  larga, pretendiendo ver a alguien que esperaban pero que todavía no llegaba.
Pensaban que el caminante esperado quizás se hubiera extraviado. Volvían a entrar a las cocinas a conversar con las señoras para salir luego muy tensos y nerviosos.
Muchos jóvenes corrían hasta una roca al borde de la meseta del pueblo observando atentos la hondura del bosque para regresar otra vez corriendo y diciendo “No vemos nada en el camino, quien sabe que será la demora…….. y regresaban a las rocas atisbando con atención abajo.
Era  que esperaban a los caminantes Axo y Eres, que Poros había visto la noche anterior en su invocación a los dioses del viento y de la lluvia. 
La mayoría del pueblo estaba vestido con pieles de jaguares rojos y pieles de osos amarillos para el recibimiento. Los  hombres tenían los brazos y parte del pecho y las piernas desnudas.  Eran fuertes, musculosos y àsperos. Las mujeres llevaban coronas de eucalipto que las ponían bellas, muy femeninas y algo salvajes. Tenían sandalias de piel de cocodrilo y de rinoceronte, batas largas de colores, ojos secretos y sonrisas de árbol y viento.
 Conversaban del aventurero que en poco tiempo llegaría. Era la oportunidad de conocer por fin a un muchacho capàz de ir a la cima de la alta montaña. “Buscadores de cumbres no se ven todos los días” decían.
Las niñas mas pqueñas, perfumadas con aromas de flores, escogieron  pieles de armiño para vestirse  ese día. Quizás ellas también se decidieran a subir con Axo y el alupio a la montaña.
Habían adornado las casas con ramas de polonias y flores de lagunas.
Fabricaron antorchas de luces azules poniéndolas en la calle sobre columnas de pino,  para la extensa noche.
Levantaron un arco inmenso de flores coloradas y violeta a la entrada de la calle, y para que todo saliera bien, rogaron al sol que alumbrara con fuerza, mucha claridad en ese dia.
Otros jovencitos ensayaban canciones acompañados de arpas, tiples, guitarras, marimbas, timbales, acordeones. Las mujeres hacían el almuerzo corriendo de un lado a otro buscando vasijas, hierbas aromáticas, agua, leña…….
Pavos Quindianos de ojos escarlata rellenos de salsa japonesa y pasta Valluna.
Un búfalo del desierto de la Guajira asado en las varas del patio. Quinientos sinsontes murillenses con alas de rocío servidos a la miel, y cuarenta y dos liebres de las montañas del Líbano preparados en guiso de gusanos blancos de Camboya.
Todo fue traído en la nave espacial que Poros había comprado a los habitantes de una isla Africana hacía novecientos cuatro años y que usaba en éstas ocasiones.
Atravesó las nubes en un instante. Visitó cinco imperios después de su visión de media noche comprando todo lo que necesitaba para aquella fecha.
Ahora Poros ya descansado del viaje miraba la actividad del pueblo dándose cuenta que no hacìa falta nada.






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