Axo sonrió
mirando los reflejos de la ciénaga y las ondas fabricadas por la brisa. Era
agradable conocer semejante aventura que la historia no se atrevía a escribir
quizás por miedo al sol.
Mas arriba de la
ciénaga en el pequeño pueblo del valle de las lanzas había un desorden
particular. Los habitantes entraban a las casas conversando agitados, hacían
gestos y señales, muy excitados. Miraban
por las ventanas, salían a las puertas, volvían a entrar, para luego mirar la
única calle tan larga, pretendiendo ver
a alguien que esperaban pero que todavía no llegaba.
Pensaban que el caminante esperado quizás se
hubiera extraviado. Volvían a entrar a las cocinas a conversar con las señoras
para salir luego muy tensos y nerviosos.
Muchos jóvenes corrían hasta una roca al borde de
la meseta del pueblo observando atentos la hondura del bosque para regresar
otra vez corriendo y diciendo “No vemos nada en el camino, quien sabe que será
la demora…….. y regresaban a las rocas atisbando con atención abajo.
Era que esperaban
a los caminantes Axo y Eres, que Poros había visto la noche anterior en su
invocación a los dioses del viento y de la lluvia.
La mayoría del pueblo estaba vestido con pieles de
jaguares rojos y pieles de osos amarillos para el recibimiento. Los hombres tenían los brazos y parte del pecho y
las piernas desnudas. Eran fuertes,
musculosos y àsperos. Las mujeres llevaban coronas de eucalipto que las ponían
bellas, muy femeninas y algo salvajes. Tenían sandalias de piel de cocodrilo y
de rinoceronte, batas largas de colores, ojos secretos y sonrisas de árbol y
viento.
Conversaban
del aventurero que en poco tiempo llegaría. Era la oportunidad de conocer por
fin a un muchacho capàz de ir a la cima de la alta montaña. “Buscadores de
cumbres no se ven todos los días” decían.
Las niñas mas pqueñas, perfumadas con aromas de
flores, escogieron pieles de armiño para
vestirse ese día. Quizás ellas también se
decidieran a subir con Axo y el alupio a la montaña.
Habían adornado las casas con ramas de polonias y
flores de lagunas.
Fabricaron antorchas de luces azules poniéndolas
en la calle sobre columnas de pino, para
la extensa noche.
Levantaron un arco inmenso de flores coloradas y
violeta a la entrada de la calle, y para que todo saliera bien, rogaron al sol
que alumbrara con fuerza, mucha claridad en ese dia.
Otros jovencitos ensayaban canciones acompañados
de arpas, tiples, guitarras, marimbas, timbales, acordeones. Las mujeres hacían
el almuerzo corriendo de un lado a otro buscando vasijas, hierbas aromáticas,
agua, leña…….
Pavos Quindianos de ojos escarlata rellenos de
salsa japonesa y pasta Valluna.
Un búfalo del desierto de la Guajira asado en las varas
del patio. Quinientos sinsontes murillenses con alas de rocío servidos a la
miel, y cuarenta y dos liebres de las montañas del Líbano preparados en guiso
de gusanos blancos de Camboya.
Todo fue traído en la nave espacial que Poros
había comprado a los habitantes de una isla Africana hacía novecientos cuatro
años y que usaba en éstas ocasiones.
Atravesó las nubes en un instante. Visitó cinco imperios
después de su visión de media noche comprando todo lo que necesitaba para
aquella fecha.
Ahora Poros ya descansado del viaje miraba la
actividad del pueblo dándose cuenta que no hacìa falta nada.
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