jueves, 10 de marzo de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 30 (La historia de una criatura humana(?) de ocho centìmetros



Todo fue traído en la nave espacial que Poros había comprado a los habitantes de una isla Africana hacía novecientos cuatro años y que usaba en éstas ocasiones especiales.
Atravesó las nubes en un instante. Visitó cinco imperios después de su visión de media noche comprando todo lo que necesitaba para aquella fecha inolvidable.
Ahora Poros ya descansado del viaje miraba la actividad del pueblo, dándose cuenta que no hacía falta nada.
El viento le movía la barba y el cabello largo entrecano, el sol le quemaba la espalda que parecía un grueso tronco de roble, se amarraba una piel de oso amarilla en la cintura que le llegaba hasta las rodillas. Llevaba unas sandalias de suela rusa de la época de los zares, de los que era gran amigo. En el cuello tenía tres collares de artesanías libanenses que le sentaban muy bien, aparentando total autoridad. Una diadema de Cajamarca con brillantes de zafiros le sostenía el pelo. Miraba sereno entre los árboles y las grandes piedras para descubrir al caminante que en poco tiempo debía llegar. Vio el verde profundo del bosque y pensó en el valor de alguna gente, capàz de desafiarse a si misma. “Dónde vendrá, por qué se demorará tanto?”.
Los muchachos de la roca se amontonaban mirando persistentes el bosque, montaña abajo. De pronto, como si fuera uno solo, corrieron a la calle muy contentos, y en medio de gestos y señales gritaron  “Vienen vienen. Ya llegaron a las piedras verdes de esmeralda y están descansando un poco”.
Entonces el pueblo salió a la calle entre gritos, abrazos y risas. Se hicieron  a lado y lado del camino cogidos de las manos inventando la calle del honor.
Cuando Axo y Eres llegaron a la meseta poblada, se asustaron o mejor dicho se asustó Axo porque no sabìa que allì había un pueblo recibiéndolos de aquel modo tan inesperado. Eres si sabía, pero no le había dicho nada a su amigo para darle una buena sorpresa. 
Axo estaba asombrado por tanta gente rodeándolo, tocándolo y preguntándole cosas. Los miraba incrédulo. No sabìa el porquè de ese recibimiento, y algo nervioso entró a la calle atravesando el arco de flores de todos los colores. Eres iba en su hombro muy contento porque conocía a éste pueblo pequeño y poderoso al que hacía días quería visitar, para aprender mas cosas del universo. Le dijo a su amigo en el oído  “No se altere y sonría. Este es el pueblo del Valle de las Lanzas fundado hace mucho tiempo por dos exploradores poderosos. Un hombre de cabello largo y cola de león nacido en el desierto del norte y una mujer amazona salida de las selvas del guainía donde había vivido mucho tiempo.

Ella era la jefe de los caimanes jorobados que nadaban en los ríos de Columbus en amerindia.





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