Una niña de siete años de cabello negro y piel
rosada se inclinó traviesa cogiendo inesperadamente a la criaturita del suelo.
Salió corriendo a gran velocidad con el en la mano gritando . “No me alcanzarán,
éste alupito es mío solo mío”.
Los otros jovencitos corrieron detrás de ella en
un enorme griterío para quitarle al alupio que también gritaba para que lo
soltara, pero en menos de un momento ocurrió algo sorprendente. Eres desapareciò
de la mano de la niña, vièndosele instantáneamente en el hombro de Axo que
estaba a ciento veinte metros de distancia de ella. El joven lo recibió con una
sonrisa cómplice, porque había comprendido todo, guardándolo rápidamente en el
bolsillo de su pantalón para que no lo siguieran molestando.
Los niños a lo lejos decían a la jovencita. “Que
lo hiciste?”. “No sè. Se desapareció de mi mano sin darme cuenta”. “Mentira,
mentira. Lo has guardado rápido en alguna parte muy secreta”. “No, no lo he
guardado. Se desapareció de mi mano en un instante sin que yo le hiciera nada”.
“Entonces lo tiraste por ahì mientras corrías”. “No, no lo he tirado en ninguna
parte”.
La miraban sorprendidos y preocupados tambièn.
Finalmente, como no consiguieron que ella dijera algo verdadero, se fueron
corriendo dejándola sola. En los cinco días siguientes no le hablaron ni una
palabra, ni la miraron. Por todo eso, ella se sintió mal y se enfermò un poco.
Axo hablaba con un grupo de personas mayores en la
casa de Poros. Uno de ellos le dijo. .“En este tiempo hay pocos jóvenes como
usted…..Que se atrevan a lo bueno”. Se lo indicò un hombre de ciento noventa y
cuatro años de pecho y brazos musculosos que llevaba un guayuco de piel de oso amarrado
a la cintura. Su pelo era muy negro y largo los ojos vivos. “ Pienso que no”, respondió el joven. “Debe haber otros
muchachos como yo, que quieran subir a la cumbre de la montaña”. “Me gustaría
ir con usted a lo alto” le dijo una joven de cabello suelto, piel morena y ojos
como estrellas que se cubría con una piel de armiño dejando desnuda la espalda
y sus piernas. “Usted verá, si quiere ir conmigo, su compañía será interesante
y nos alegrarà el camino”. “Pero todavía no te dejo ir a partes lejanas”, dijo
la mamá de la joven que estaba en un rincón de la sala y que miró afanada a su
hija por lo que acababa de oír.
Poros tenía preparado algo. Se paró cogiendo de
una bandeja de cristal, una manilla de oro con una perla del tamaño de un huevo
de paloma incrustada en el centro. Era la
manilla de los alpinistas que subìan a lo alto de la montaña, y llamando a Axo
lo cogió del brazo. Salió con el al frente de su casa para que el pueblo viera
lo que iba a hacer y levantando la voz dijo. “Te has convertido en nuestro
héroe, Axo. Hacía doscientos años esperábamos este momento para conocerte. Està
escrito en el libro sagrado del pueblo, que cuando escuches la música de las
nubes te convertirás en nuestro guía y en nuestro escudo. Serás el ejemplo que
muchos seguiremos. Gracias por haber llegado y por tener el valor de
arriesgarte a ir allá.
Le agarró la mano poniendo en su muñeca la manilla
que el joven mirò.
Brillaba con las
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