miércoles, 4 de mayo de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 36 (La historia de una criatura humana(?) de ocho centìmetros)



Està escrito en el libro sagrado del pueblo, que cuando escuches la música de las nubes te convertirás en nuestro guía y en nuestro escudo. Serás el ejemplo que muchos seguiremos. Gracias por haber llegado y por tener el valor de arriesgarte a ir allá.
Le agarró la mano poniendo en su muñeca la manilla que el joven mirò asombrado. Brillaba con las luces de las antorchas. Además la perla no tenía igual en el mundo. Era la perla de las playas Chocoanas que Poros encontró en las arenas mojadas después de haber nadado sin descanso noventa y siete kilómetros en las agitadas aguas del mar, huyendo de un  fantasma que no lo dejaba en paz. Eso había pasado hacía mas de doscientos años y la tenía preparada para entregársela al que fuera capaz de subir a la cumbre.
Axo dijo “Gracias Poros y pueblo del valle de las lanzas por éste brazalete que llevaré siempre. Esta joya No me dejará olvidarlos porque quién puede olvidar un regalo asì?”
“Es el símbolo de la fuerza y el poder” le dijo Poros poniéndole una mano en el hombro.
La gente estaba en silencio pero después de las palabras, aplaudieron largamente.
Luego de hablar otras cosas sin importancia se fueron al extremo de la calle donde la música era clara en el aire tranquilo y en la tibia noche.
Bailaban, reían y tomaban vino. La noche pasaba veloz y a las cuatro de la mañana casi todos se fueron a dormir.
.Axo también se fue a las cuatro porque Poros lo invitó a su casa. Le señaló una alcoba pequeña donde dormiría sin problemas. Una cama blanda lo esperaba. El alupio apareció de repente saltando encima de las sábanas porque al fin tenía tranquilidad.
La casa de Poros era grande con largos pasillos y columnas de madera que sostenían un techo delgado de granito y cemento. Puertas de cristal guardaban habitaciones limpias. En las ventanas habían cortinas gruesas de Anzoátegui, y algunos muebles artesanales de la Chamba daban un aspecto atractivo a las habitaciones. Detrás de ellas vio Axo un patio de arena roja donde habían sillas hechas con cuero de cocodrilo y estaba iluminado por globos de luz blanca como la luz del día.
Axo se acostó vestido porque estaba cansado. Cerró los ojos para que el sueño le llegara  sintiendo que en su estómago caminaba el alupio como un diminuto animalillo que le hacía cosquillas suavemente.
Las horas pasaron rápidas quizás por el cansancio.
 El sol dejaba los rayos blancos encima de las montañas, atravesaba el bosque y llegaba al valle de las lanzas en una caminata despaciosa y tibia. La gente todavía dormía.
A las tres de la tarde se levantaron para ir a bañarse a la laguna del Mohan que estaba a diez minutos.


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