Las horas pasaron rápidas quizás por el cansancio.
El sol
dejaba los rayos blancos encima de las montañas, atravesaba el bosque y llegaba
al valle de las lanzas en una caminata despaciosa y tibia. La gente todavía
dormía.
A las tres de la tarde se levantaron para ir a
bañarse a la laguna del Mohan que estaba a diez minutos del poblado.
Se fueron con dulces, cremas de frutas y toallas
perfumadas. Los niños no se quedaron atrás porque también querían gozar del
agua y de la tarde tan luminosa.
Poros vio a Axo caminando entre la gente y sonrió,
pero el se quedaría en la casa llamando al dios de la montaña del que era muy
amigo. Le diría que cuidara a su pueblo, al joven caminante y al alupio.
La laguna tenía un color amarillo luminoso que le
llamó la atención al muchacho. Por eso le preguntó a una señora que iba cerca
de el “Por qué brilla la laguna como si tuviera luz desde lo hondo?”. “Porque
el fondo y las paredes son de oro y cuando el sol se mete hasta abajo, la
vuelve luminosa como ahora. El agua es
cristalina y todo resplandece. La luz sube al espacio y se pega a las estrellas”.
Era larga como de ochocientos metros y muy ancha. Una
baja montaña verde la protegía al occidente y al norte. Grandes piedras tan altas como árboles,
formaban un paisaje lunar algo sombrìo y dormido al sur. Al oriente habían arbustos con huecos como anillos en el tallo
y en las ramas por donde caían gotas blancas despaciosas que al confundirse con
el pasto se convertían en piedritas de cristales de color violeta, de mas valor
que los diamantes y que la gente de ahì tenía por montones en sus casas. Cerca de la orilla habían muchos prados en el
que la gente se sentaba o se acostaba a recibir el sol y el viento. Ahí dejaban
las cosas mientras se bañaban.
La gente se quitó las pieles y los guayucos
dejándolos en el pasto para correr desnudos y felices por las orillas y por
encima de las piedras. Se metían en el agua gritando, chapoteando y llamando a
los que todavía estaban afuera.
A Axo le gustó aquella despreocupaciòn y sin
pensar, también se quedó en cueros diciéndole al alupio “Camine me acompaña
mientras me baño”. “No porque me cogen de juguete”. “A bueno, entonces espéreme aquí”. El alupio no contestó, se tendió de espaldas
encima de la ropa del muchacho diciendo finalmente “Yo me quedo aquí váyase
tranquilo”.
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