Abrieron una ventana
frente al jardín, y una luz de color negro se metió en la casa. Esa luz le
llevaba a Poros los secretos del universo. Por ella se daba cuenta de las
estrellas que morían y de las que nacían. Percibía los movimientos del cielo y
se comunicaba con cualquier inteligencia del universo.
Poros dijo. “No dude en su camino, Axo. La luz negra me dice que en poco tiempo usted llegará a la cima de èsta
montaña”.
“Mire ésta
pantalla. Si ve? Estas gentes con alas emplumadas y luces en sus cuerpos están
inventando canciones para estrenarlas el dia que usted llegue”. “Si?” respondiò
axo mirando la pantalla.
Se vio èl mismo,
en la cumbre, en una bella, grande e increible construcción de paredes
transparentes, rodeado de gente que volaba y cantaba sin parar.
Lloviznaba.
Una música de
agua y barro se oyó en la calle y entre los árboles del bosque cercano. El pueblo se metió en las casas con ganas de
dormir. Fue la noche de los sueños en la que los fantasmas también tuvieron el
sueño pesado, a causa del frío y el viento que golpeaba las casas y las piedras
y doblaba los árboles como si fueran ligeras ramas.
Por la mañana la gente se asomó temprano a las
ventanas y a las puertas porque sabían que Axo seguiría su camino y querían
despedirlo. Salieron en medio de la luz blanca y azul que caía lenta en la
hierba húmeda.
Axo estaba nervioso pensando en la continuación
del viaje. Le había gustado aquel pueblo vivo, escondido en el bosque y con toda
gana se hubiera quedado allí, pero. . .
Salió temprano diciendo a la gente amontonada al
final de la calle. Ustedes son muy amables y nunca los
olvidaré.
Entonces el pueblo,
que ya estaba en la calle, levantó los brazos y las manos despidiéndolo.
Poros abrazó a Axo, le deseó suerte dándole golpecitos
en la espalda. Cogió al Alupio del hombro del joven y acercándolo a su cara le
dijo. “No lo dejes solo, tu conoces los secretos de la montaña y debes ayudarlo”.
Eres respondió. “Lo
abandonaré ùnicamente cuando escuche la música de las nubes, mientras tanto
estaré siempre con el.
El hombre volvió
a poner al alupio en el hombro de Axo que arrancó a caminar por la calle en
medio de charcos grandes y oscuros por el barro. Volteó a mirar dos veces a la
gente, callada de repente, levantó el brazo despidiéndose hasta que se fue
perdiendo en las curvas resbalosas debajo de los árboles cargados de gotas, de
hojas y de frutas.
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