miércoles, 1 de junio de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 40 (La historia de una criatura humana(?) de ocho centìmetros).



Abrieron una ventana frente al jardín, y una luz de color negro se metió en la casa. Esa luz le llevaba a Poros los secretos del universo. Por ella se daba cuenta de las estrellas que morían y de las que nacían. Percibía los movimientos del cielo y se comunicaba con cualquier inteligencia del universo.
Poros dijo. “No dude en su camino, Axo. La luz negra me dice que en  poco tiempo usted llegará a la cima de èsta montaña”.
“Mire ésta pantalla. Si ve? Estas gentes con alas emplumadas y luces en sus cuerpos están inventando canciones para estrenarlas el dia que usted llegue”. “Si?” respondiò axo mirando la pantalla.
Se vio èl mismo, en la cumbre, en una bella, grande e increible construcción de paredes transparentes, rodeado de gente que volaba y cantaba sin parar.
 Lloviznaba.
Una música de agua y barro se oyó en la calle y entre los árboles del bosque cercano. El  pueblo se metió en las casas con ganas de dormir. Fue la noche de los sueños en la que los fantasmas también tuvieron el sueño pesado, a causa del frío y el viento que golpeaba las casas y las piedras y doblaba los árboles como si fueran ligeras ramas.
Por la mañana la gente se asomó temprano a las ventanas y a las puertas porque sabían que Axo seguiría su camino y querían despedirlo. Salieron en medio de la luz blanca y azul que caía lenta en la hierba húmeda.
Axo estaba nervioso pensando en la continuación del viaje. Le había gustado aquel pueblo vivo, escondido en el bosque y con toda gana se hubiera quedado allí, pero. . .
Salió temprano diciendo a la gente amontonada al final de la calle. Ustedes son muy amables y nunca los olvidaré.
Entonces el pueblo, que ya estaba en la calle, levantó los brazos y las manos despidiéndolo.
 Poros abrazó a Axo, le deseó suerte dándole golpecitos en la espalda. Cogió al Alupio del hombro del joven y acercándolo a su cara le dijo. “No lo dejes solo, tu conoces los secretos de la montaña y debes ayudarlo”.
Eres respondió. “Lo abandonaré ùnicamente cuando escuche la música de las nubes, mientras tanto estaré siempre con el.
El hombre volvió a poner al alupio en el hombro de Axo que arrancó a caminar por la calle en medio de charcos grandes y oscuros por el barro. Volteó a mirar dos veces a la gente, callada de repente, levantó el brazo despidiéndose hasta que se fue perdiendo en las curvas resbalosas debajo de los árboles cargados de gotas, de hojas y de frutas.





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