lunes, 6 de junio de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 41 (La historia de una criatura humana(?) de ocho centìmetros)



El hombre volvió a poner al alupio en el hombro de Axo que arrancó a caminar por la calle en medio de charcos grandes y oscuros por el barro. Volteó a mirar dos veces a la gente, callada de repente, levantó el brazo despidiéndose hasta que se fue perdiendo en las curvas resbalosas debajo de los árboles cargados de gotas, de hojas y de frutas.

Los pájaros estaban descansados y felices.
Llegaban en bandadas piando y gritando  encima de los árboles donde tenían los nidos y los polluelos, se elevaban en línea recta hasta perderse a lo lejos confundidos en la bruma y los sonidos. Mas tarde volvían húmedos a sus nidos; los pichones los esperaban, recibían el alimento abriendo desmesuradamente los picos y descuidados dormían cobijados por una tibieza de plumas y de alas.
Axo caminó callado largo rato. Miraba  el verde de la mañana y el rocío pegado en las hojas y en el pasto. Debajo de los árboles y de las piedras croaban los sapos en su lenguaje milenario y las lagartijas corrían asustadas.
Un águila ascendió veloz en el aire limpio, hizo una vuelta examinando alguna presa, para luego caer rauda y eficaz en la superficie enmalezada. Apareció de pronto arriba de los árboles con una ardilla en sus garras. Después voló con toda fuerza, perdiéndose entre las nubes amarillas cerca a su nido en las altas rocas.
La subida todavía era suave, estaban descansados y contentos. Eres dijo acercándose al oído del amigo. “Las cosas ahorita van bien pero mas tarde habrán dificultades”. “No diga nada contestó Axo. Cada cosa llega a su tiempo”.
Atravesaron valles pantanosos profundos. Era peligroso caminar por ahí porque Axo no conocía la profundidad; daba vueltas por otras partes para no caer en trampas, sin embargo se hundía en el barro muchas veces hasta las rodillas. Le era difícil salir pero hacía esfuerzos buscando la orilla, afanado.
Varios días estuvo con la ropa mojada y la piel helada. Las noches llegaban frías, punzantes. En algunas ocasiones el cansancio le hacía dar ganas de volver, pero pensaba que debìa llegar a la cumbre y seguía ardoroso. Respiraba hondo dándose fuerzas y seguía……..y seguía.
Escaló rocas verticales. Las piedras rodaban por las gargantas y los precipicios desquiciadas por sus pies. Bajaban enloquecidas hasta donde no se escuchaban los sonidos. Lanzaba  la liana a las rocas altas para asegurarse y subir, poniendo los pies en las salientes o en las grietas. Sudaba y respiraba ansioso. A veces se balanceaba, entonces con ritmo iba adelante y atrás hasta conseguir el impulso para alcanzar el sitio y continuar subiendo.
El viento lo movía caprichoso y el se dejaba llevar. Finalmente llegò arriba donde el camino seguia suave.  







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