El hombre volvió
a poner al alupio en el hombro de Axo que arrancó a caminar por la calle en
medio de charcos grandes y oscuros por el barro. Volteó a mirar dos veces a la
gente, callada de repente, levantó el brazo despidiéndose hasta que se fue
perdiendo en las curvas resbalosas debajo de los árboles cargados de gotas, de
hojas y de frutas.
Los pájaros estaban
descansados y felices.
Llegaban en bandadas
piando y gritando encima de los árboles
donde tenían los nidos y los polluelos, se elevaban en línea recta hasta perderse
a lo lejos confundidos en la bruma y los sonidos. Mas tarde volvían húmedos a
sus nidos; los pichones los esperaban, recibían el alimento abriendo desmesuradamente
los picos y descuidados dormían cobijados por una tibieza de plumas y de alas.
Axo caminó callado largo
rato. Miraba el verde de la mañana y el
rocío pegado en las hojas y en el pasto. Debajo de los árboles y de las piedras
croaban los sapos en su lenguaje milenario y las lagartijas corrían asustadas.
Un águila ascendió veloz
en el aire limpio, hizo una vuelta examinando alguna presa, para luego caer
rauda y eficaz en la superficie enmalezada. Apareció de pronto arriba de los
árboles con una ardilla en sus garras. Después voló con toda fuerza,
perdiéndose entre las nubes amarillas cerca a su nido en las altas rocas.
La subida todavía era
suave, estaban descansados y contentos. Eres dijo acercándose al oído del amigo.
“Las cosas ahorita van bien pero mas tarde habrán
dificultades”. “No diga nada contestó Axo. Cada cosa llega a su tiempo”.
Atravesaron valles pantanosos profundos. Era
peligroso caminar por ahí porque Axo no conocía la profundidad; daba vueltas
por otras partes para no caer en trampas, sin embargo se hundía en el barro
muchas veces hasta las rodillas. Le era difícil salir pero hacía esfuerzos
buscando la orilla, afanado.
Varios días estuvo con la ropa mojada y la piel
helada. Las noches llegaban frías, punzantes. En algunas ocasiones el cansancio
le hacía dar ganas de volver, pero pensaba que debìa llegar a la cumbre y
seguía ardoroso. Respiraba hondo dándose fuerzas y seguía……..y seguía.
Escaló rocas verticales. Las piedras rodaban por
las gargantas y los precipicios desquiciadas por sus pies. Bajaban enloquecidas
hasta donde no se escuchaban los sonidos. Lanzaba la liana a las rocas altas para asegurarse y
subir, poniendo los pies en las salientes o en las grietas. Sudaba y respiraba
ansioso. A veces se balanceaba, entonces con ritmo iba adelante y atrás hasta
conseguir el impulso para alcanzar el sitio y continuar subiendo.
El viento lo movía caprichoso y el se dejaba
llevar. Finalmente llegò arriba donde el camino seguia suave.
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