El viento lo movía caprichoso y el se dejaba
llevar. Finalmente llegò arriba donde el camino seguia suave.
Caminó a lo largo de tierras rojas y amarillas de
arcillas milenarias. Pisó vetas de minerales azules y rocas con puntas verdes
como esmeraldas. Un vaho tibio y momentáneo subía quedándose colgado en el
aire, luego se desvanecía en un caprichoso juego invisible, para formar parte
de las nubes y seguir su camino en el “vacío”.
Hierba salvaje.
Las diminutas hojas de hierba se elevaban
dejándose inundar de luz, de calor……de sol. No les importaba ser pequeñas junto
a los antiguos y grandes árboles tan gigantes, porque sabían que hacían parte
de un bosque donde todo era, y que sin ellas ese bosque serìa incompleto.
Las barbas largas y blancas de los árboles añosos
estaban llenas de rocío y de algunos colores sin nombre; iluminadas con la luz
que llegaba hasta allí, alumbraban en reflejos blancos y verdes creando rayos
diminutos entre las cáscaras gruesas y entre las hojas escondidas.
.Mientras tanto Axo presentía que no todas las
aventuras en el camino a la cima serían buenas. Veía complicadas cosas que de
pronto lo desanimaban, sintió congoja y caminó
cabeciagachao y fatigoso. Eres no quiso verlo en esas condiciones y le
dijo. “No se ponga así. Debe mantener el entusiasmo. Si lo
abandona la fortaleza no llegará a la cima”.
Axo no contestó. Levantó el brazo hasta su hombro,
cogiendo al alupio y mirándole los ojos lo apretó suave diciéndole “No se preocupe, mi
diminuto amigo. hay días en que le llega a uno el desaliento. Gracias por ser tan
leal conmigo, a veces uno decae pero me recuperaré para seguir”. “Eso es, hay
que ser fuerte. Destruir la indecisión y el miedo. En poco tiempo llegaremos
donde los ancianos de piel verde y con ellos hay que tener fortaleza. “Los ancianos de piel verde?”. “Si, son viejos que no aprendieron nada de la
vida. Tienen odio en el corazón, en toda
la sangre y en los huesos, y quieren hacerle daño a los extraños que ven, desean
la venganza a todo momento.
Axo miraba arriba. La montaña tenía una colcha de
nieblas grises y oscuras, el día se sentía cargado de hosquedad. Preguntó al
alupio. “Por qué los llama ancianos de piel verde?”. “Por
lo envidiosos. Sus vicios les han dado ese color, tienen los ojos rojos y
escaldados, los labios colgantes y lascivos. La vejez les llegó pronto. Tienen
entre dieciocho y treinta años pero parecen de ochenta y cinco o noventa y
seis.
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