“Por lo
envidiosos. Sus vicios les han dado ese color, tienen los ojos rojos y
escaldados, los labios colgantes y lascivos. La vejez les llegó pronto. Tienen
entre dieciocho y treinta años pero parecen de ochenta y cinco o noventa y
seis.
“ Verdad?” “ Si. El mal pensamiento y el mal sentir
envejecen acelerado a la gente. Tambièn
la hacen agresiva y peligrosa”. “Ahora quiero conocerlos. Me servirán para
comprender algunas cosas del mundo, y así ponerle ánimo a la vida y limpieza al
pensamiento. Aprenderé cosas de ellos, de su maldad y su soberbia. “Eso es Axo,
va por buen camino” le dijo Eres. Hay
que tener el ánimo altivo y el pensamiento claro a todo momento, inteligencia
para encontrar las cosas buenas que hay en lo malo”. “ Si”, dijo Axo inclinando
la cabeza, mirando un gusano de color amarillo que se paseaba sobre una hoja
ancha al lado suyo.
Después de esa charla el joven se sintió seguro.
Dos días treparon por la mole entre la maleza tan
espesa y bajo la oscuridad densa de los árboles que los miraban mudos y
curiosos. Una llovizna cansona los acompañó largas horas lavándolos y
enfriándolos feamente. En éstos alrededores no vivía ninguna especie animal,
habían huido de los ancianos, porque no soportaban sus alaridos demoniacos. De
modo que la soledad era total para ésta gente.
El sol alumbraba poco allí. Huía con sus luces a
otras partes, donde se necesitara de verdad.
Ya por la tarde, tras inmensas peñas mohosas, Axo
vio extrañas sombras deslizándose fugaces a distintos lados. También lo hacían
entre las piedras y los troncos. Eran como fantasmas que de pronto están y
desaparecen repentinos.
“Los tenemos,
los tenemos ya. No se escaparán” gritó enloquecido un anciano que vio acercarse
a Axo y al alupio a sus tugurios.
Por la sorpresa del grito y por la figura
contrahecha del hombre, Axo corrió en la alfombra de hojas muy asustado,
recordó que tenía que ser fuerte. Entonces se quedó quieto, y mirando de frente
a los viejos que se habían venido en un
grupo de setecientos frente a el, gritó “Que es lo que
quieren? Ya los conozco a ustedes desde hace tiempos. Son gente débil y enferma
a los que hay que ayudar”
El alupio miró atento a los hombrecillos. En
cierta forma le gustaban aquellos problemas porque le aceleraban el corazón, dándole
vitalidad. También quería darse cuenta del valor del joven y de su conducta en esas
situaciones.
“No podrán
escaparse. Todos los que llegan aquí se convierten en siervos de nosotros” gritó
un vejete esqueletudo de pelo largo y grasoso sin camisa y sin zapatos y con los pantalones espantosamente rotos.
Llevaba en las manos un garrote nudoso y grueso que levantó iracundo para
dejarlo caer en la cabeza del joven...
De pronto, en un impulso fantástico la oscura
banda arrancó a perseguir al muchacho sin hacer preguntas. Tenían un brío
desafiante y cruel. Corrían entre los árboles igual que faunos enloquecidos por
una hembra.
“No te
escaparás, tienes que quedarte acá para que aprendas el mal y sus delicias”
gritaba un viejo con espuma en la boca a causa de su asfixia.
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