lunes, 20 de junio de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 43 (La historia de una criatura humana(?) de ocho centìmetros.




“Por lo envidiosos. Sus vicios les han dado ese color, tienen los ojos rojos y escaldados, los labios colgantes y lascivos. La vejez les llegó pronto. Tienen entre dieciocho y treinta años pero parecen de ochenta y cinco o noventa y seis.
“ Verdad?”  “ Si. El mal pensamiento y el mal sentir envejecen acelerado a la gente.  Tambièn la hacen agresiva y peligrosa”. “Ahora quiero conocerlos. Me servirán para comprender algunas cosas del mundo, y así ponerle ánimo a la vida y limpieza al pensamiento. Aprenderé cosas de ellos, de su maldad y su soberbia. “Eso es Axo, va por buen camino”  le dijo Eres. Hay que tener el ánimo altivo y el pensamiento claro a todo momento, inteligencia para encontrar las cosas buenas que hay en lo malo”. “ Si”, dijo Axo inclinando la cabeza, mirando un gusano de color amarillo que se paseaba sobre una hoja ancha al lado suyo.
Después de esa charla el joven se sintió seguro.
Dos días treparon por la mole entre la maleza tan espesa y bajo la oscuridad densa de los árboles que los miraban mudos y curiosos. Una llovizna cansona los acompañó largas horas lavándolos y enfriándolos feamente. En éstos alrededores no vivía ninguna especie animal, habían huido de los ancianos, porque no soportaban sus alaridos demoniacos. De modo que la soledad era total para ésta gente.
El sol alumbraba poco allí. Huía con sus luces a otras partes, donde se necesitara de verdad.
Ya por la tarde, tras inmensas peñas mohosas, Axo vio extrañas sombras deslizándose fugaces a distintos lados. También lo hacían entre las piedras y los troncos. Eran como fantasmas que de pronto están y desaparecen repentinos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  
“Los tenemos, los tenemos ya. No se escaparán” gritó enloquecido un anciano que vio acercarse a Axo y al alupio a sus tugurios.
Por la sorpresa del grito y por la figura contrahecha del hombre, Axo corrió en la alfombra de hojas muy asustado, recordó que tenía que ser fuerte. Entonces se quedó quieto, y mirando de frente a los  viejos que se habían venido en un grupo de setecientos frente a el, gritó “Que es lo que quieren? Ya los conozco a ustedes desde hace tiempos. Son gente débil y enferma a los que hay que ayudar”
El alupio miró atento a los hombrecillos. En cierta forma le gustaban aquellos problemas porque le aceleraban el corazón, dándole vitalidad. También quería darse cuenta del valor del joven y de su conducta en esas situaciones.
“No podrán escaparse. Todos los que llegan aquí se convierten en siervos de nosotros” gritó un vejete esqueletudo de pelo largo y grasoso sin camisa y sin zapatos y  con los pantalones espantosamente rotos. Llevaba en las manos un garrote nudoso y grueso que levantó iracundo para dejarlo caer en la cabeza del joven...
De pronto, en un impulso fantástico la oscura banda arrancó a perseguir al muchacho sin hacer preguntas. Tenían un brío desafiante y cruel. Corrían entre los árboles igual que faunos enloquecidos por una hembra.

“No te escaparás, tienes que quedarte acá para que aprendas el mal y sus delicias” gritaba un viejo con espuma en la boca a causa de su asfixia.



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