A las dos horas después del temblor, el alupio
apareció en el borde de la grieta caminando sobre las hojas como una hormiga
gigantesca. Se asomó a la garganta pero no vio nada, entonces caminó en el
barro y volando entre los palos quebrados se encaramó en una rama desde donde
agachó la cabeza mirando con gran concentración un punto indefinido en el fondo.
. . Así se quedó cuatro minutos. De pronto el cuerpo de Axo muy embarrado se
elevó suavemente desde el fondo de la
grieta hasta la superficie. Dio una vuelta blanda en el aire, cayendo en
el pasto igual que una mota de seda. El alupio voló entonces desde la rama
hasta el cuerpo de su amigo. Caminó encima de él recostándosele en el estómago
y en el pecho para escucharle los sonidos, que estaban normales. Luego subió a
la cabeza y acercándosele al oído le dijo. “No se preocupe
Axo, no le ha pasado nada. Todo està bien para nosotros”. El jovencito abrió los ojos de lodo, bostezando. “Hola amigo durmió bien?” Le preguntó Eres.
“Si pero estoy
confundido”. “Confundido?”. “ Me parece que no estoy aquí sino en otra parte”.
“Seguro no recuerda nada?………. sufrió una convulsión”. “A qué se refiere?”
“A que ayer
fuimos atacados por los ancianos de piel verde”. “Ah si. Recuerdo cuando ellos
me cercaron para matarme”.
“No ha visto
ésta grieta?”, preguntó el alupio. “La tierra tembló duro y se abrió tragándose
a los viejos, y a usted también se lo tragó. Me parece raro que no recuerde
nada”. “No. No recuerdo, pero quiere decir que ya no vive ningún anciano?” “
Todos se murieron ahogados por los gases salidos de la tierra, por las
toneladas de tierra y piedras que les cayeron encima”. “Y como me salvé yo?”. “No
lo se”.
Axo nunca supo que el alupio lo había salvado del
ataque de los viejos, ordenàndole a la tierra que temblara. Tampoco supo que la
criatura lo había hecho elevar desde la profundidad de la grieta, hasta la superficie
donde ahora estaban. . .”.
Se retiraron de ahí.
Axo caminó veinte minutos en la honda noche. Buscó
un lugar adecuado para descansar encontrándolo en una boca rocosa y blanquecina debajo de otra
piedra gigantesca.
Cogía al alupio y lo miraba, lo veía fascinante
con toques misteriosos; le notó un halo prodigioso. De ningún modo podía
perderlo en el resto de su vida, pensaba.
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