……………………“Los Uranios gente asombrosa que apareció por
aquí hace muchos años, vivieron en la orilla del río setenta y dos siglos hasta que un día
se fueron a otro planeta porque ya habían cumplido la misión de hacer en el
mundo una cultura mágica”.
En su trasteo se llevaron un puente sobre el que
cruzaban el río. Era un rayo de luz por el que caminaban muy tranquilos y seguros.
Un día lluvioso cuando el arco de colores se
elevaba en el río, el pueblo se reunió y
cogiéndose de las manos se concentraron con el propósito de enfocar el rayo en
otra dirección en el espacio. Mandaron el pensamiento al planeta osiris y
cuando el rayo hizo contacto allá, subieron por él en un instante en estado de
transportaciòn” contó el alupio.
“Y nunca mas se volvió a saber de ellos”. Axo se sorprendió con la historia, no
imaginaba que alguien pudiera caminar encima de un rayo de luz. . . pero ahora
tenían que encontrar una manera mundana de cruzar el rio hasta el otro lado. “Dígame la verdad. Cómo
pasaremos?”. “No se afane amigo”
respondió el alupio. “Para resolver las cosas hay que estar tranquilo y con la
mente despejada”.
Caminaron por la alborotada orilla mojándose en un
instante. Las crestas del agua se elevaban soberbias y manchadas de colores
oscuros, para caer luego revueltas en la espuma. Se alzaban otra vez imponentes
y destructoras, yendo a estrellarse en los barrancos, en las piedras y en las raíces;
todo lo que encontraban, animales, enormes troncos, árboles formidables se iban
con ellas en remolinos vertiginosos, ahogantes. Viajaban así centenares de
kilómetros, abandonados a la avasallante fuerza sobre la que no tenìan ningún poder.
“Es rico ver la locura del agua en su movimiento, su
salvajismo y su poder”, comentó Axo nervioso, mirando como en la otra orilla un
elefante blanco caía en el río porque había pisado el extremo de un barranco
que no soportó su peso, yéndose entre torcidos movimientos y gritos de auxilio
que fueron apagados mas abajo por el bramido del agua.
Era tan iracunda la corriente que ninguna
embarcación hubiera resistido su empuje.
De pronto un romaño asomó la enorme cabeza entre
las aguas.
Tenía ojos negros y piel café; un par de antenas
gruesas, largas y blancas le salían de la frente y le servían para comunicarse
con los peces que el quisiera, en el momento que fuera necesario, y para saber
cuando iba a haber tormentas y desgarramientos espaciales. Era largo, fuerte, ágil
y sólido.
Se hundió fugaz en la espuma para volver a
asomarse en el aire roto por el agua, mientras se acercaba a la orilla donde
estaban Axo y el alupio, a los que ya había visto con mirada ràpida.
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