Un buitre inmenso pasó perforando el aire igual
que una flecha. En las garras llevaba su nido de lianas, de hojas, plumas y
ramas. Iba gritando y llorando con furia. Se le notaba una ira intensa en las
facciones, en los músculos y en el modo de volar.
Una pesada y sospechosa bola de nieve había caído
desde el cielo aplastando sus tres bebés en el nido. Cuando llegó y vio la
masacre, su dolor fue intenso, entonces
juró mover el cielo y la tierra hasta
encontrar al culpable. . . Le daría un castigo inolvidable. De eso no habìa
duda.
Por eso atravesaba veloz el cielo con el nido en
las garras, los tres polluelos iban
totalmente congelados y quizás sin vida. No tenían rastros de sangre
pero tampoco podía confiarse. No se notaba que respiraran.
El ave sospechaba quien era el culpable. Se fue
hasta donde lo podía encontrar sin prestar atención a nada, ni siquiera a Axo y
al alupio que iban caminando abajo y que eran totalmente extraños a la rutina
de la montaña.
Aceleró el vuelo hasta que las alas cansadas no le
dieron mas. Cuando remontó las nubes blancas y traspasó la zona que limitaba
con los mortales, llegó al fin al patio de Rusos el maldadoso señor del tiempo
oscuro. El perverso inmortal descansaba en su hamaca de nubes verdes,
meciéndose suave. Una sábana de color azul lo cubría desde el pecho hasta los
pies y con los brazos bajo la nuca miraba la punta de la montaña ocupándose en
pensar cosas malas. Eso hacía.
Al ver venir al buitre entre las nubes grises y
con el nido en las garras, sonrió despreciativo y volteando la cabeza a otro
lado cerró los ojos desentendiéndose de todo.
El ave llegó furibunda junto a él en un aleteo violento
que pretendía tumbarle la hamaca. Cayò pesado en el suelo seco y puso el nido
muy cerca de el, señalando los polluelos que estaban totalmente inanimados. Le
dijo. “Usted es un maldito porque ha matado mis hijos sin
importarle nada”.
Rusos estaba
completamente quieto. No movía ni un músculo y parecía una momia. “No se haga
el dormido, imbécil, yo se que está despierto. Si no abre los ojos, en èste
momento corto los lazos de su hamaca para que se dé un buen golpe y se parta una
costilla”.
Entonces Rusos
se volteó mirando al ave con gran seriedad. “ Que dice?”.
“Que usted ha matado a mis hijos con una bola de nieve que les tiró
desde aquí, y eso tiene que pagarlo”. “Y por qué está tan seguro de eso?”. “Porque desde hace tiempos usted juró hacerme
daño por ser yo el rey de las montañas, y porque los habitantes de las cumbres
sabemos como es usted de malo”.
El buitre temblaba de ira. Tenía espuma verde en
la nariz y los ojos se le saltaban brillando igual que antorchas encendidas;
las venas parecían explotarle a los lados de la cabeza y debajo de las garras
muy cerca de las uñas. “Usted no puede acusarme así, sin
pruebas. Está gravemente equivocado”.
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