martes, 18 de octubre de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 57 (La historia de una criatura humana(?) de ocho centìmetros).






Un buitre inmenso pasó perforando el aire igual que una flecha. En las garras llevaba su nido de lianas, de hojas, plumas y ramas. Iba gritando y llorando con furia. Se le notaba una ira intensa en las facciones, en los músculos y en el modo de volar.
Una pesada y sospechosa bola de nieve había caído desde el cielo aplastando sus tres bebés en el nido. Cuando llegó y vio la masacre,  su dolor fue intenso, entonces juró mover el cielo y  la tierra hasta encontrar al culpable. . . Le daría un castigo inolvidable. De eso no habìa duda.
Por eso atravesaba veloz el cielo con el nido en las garras, los tres polluelos iban  totalmente congelados y quizás sin vida. No tenían rastros de sangre pero tampoco podía confiarse. No se notaba que respiraran.
El ave sospechaba quien era el culpable. Se fue hasta donde lo podía encontrar sin prestar atención a nada, ni siquiera a Axo y al alupio que iban caminando abajo y que eran totalmente extraños a la rutina de la montaña.
Aceleró el vuelo hasta que las alas cansadas no le dieron mas. Cuando remontó las nubes blancas y traspasó la zona que limitaba con los mortales, llegó al fin al patio de Rusos el maldadoso señor del tiempo oscuro. El perverso inmortal descansaba en su hamaca de nubes verdes, meciéndose suave. Una sábana de color azul lo cubría desde el pecho hasta los pies y con los brazos bajo la nuca miraba la punta de la montaña ocupándose en pensar cosas malas. Eso hacía.
Al ver venir al buitre entre las nubes grises y con el nido en las garras, sonrió despreciativo y volteando la cabeza a otro lado cerró los ojos desentendiéndose de todo.
El ave llegó furibunda junto a él en un aleteo violento que pretendía tumbarle la hamaca. Cayò pesado en el suelo seco y puso el nido muy cerca de el, señalando los polluelos que estaban totalmente inanimados. Le dijo. “Usted es un maldito porque ha matado mis hijos sin importarle nada”.
Rusos estaba completamente quieto. No movía ni un músculo y parecía una momia. “No se haga el dormido, imbécil, yo se que está despierto. Si no abre los ojos, en èste momento corto los lazos de su hamaca para que se dé un buen golpe y se parta una costilla”.
Entonces Rusos se volteó mirando al ave con gran seriedad.  “ Que dice?”.  “Que usted ha matado a mis hijos con una bola de nieve que les tiró desde aquí, y eso tiene que pagarlo”. “Y por qué está tan seguro de eso?”.  “Porque desde hace tiempos usted juró hacerme daño por ser yo el rey de las montañas, y porque los habitantes de las cumbres sabemos como es usted de malo”.
El buitre temblaba de ira. Tenía espuma verde en la nariz y los ojos se le saltaban brillando igual que antorchas encendidas; las venas parecían explotarle a los lados de la cabeza y debajo de las garras muy cerca de las uñas. “Usted no puede acusarme así, sin pruebas. Está gravemente equivocado”.




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