El buitre temblaba de ira. Tenía espuma verde en
la nariz y los ojos se le saltaban brillando igual que antorchas encendidas;
las venas parecían explotarle a los lados de la cabeza y debajo de las garras
muy cerca de las uñas. “Usted no puede acusarme así, sin
pruebas. Está gravemente equivocado”.
Rusos procuraba
mantener sereno, sin embargo se le notaba un extraño temblor en las manos y un
secamiento en la boca, además de una palidez amarilla que le llegó a los labios
y a toda la cara. Tartamudeaba sin poder pronunciar las palabras. “ Si, usted
le hace daño a todos y nadie se atreve a decirle nada. Pero le aseguro que
pagará esto que ha hecho con mis hijos. Abajo viene un niño que ya va a llegar
a la cumbre y acabará con usted en menos de un instante……… Su hora ha llegado
imbécil”. “Viene un niño?, preguntó
Rusos muy asustado, levantándose de la hamaca…… Abría mucho los ojos mirando fijamente al buitre. “Un niño por
éstos lados?. “Si. Ahora mismo bajaré a
hablar con él, le contarè quien es usted y las cosas tan malas que hace con los
habitantes de la montaña. Lo traeré aquì y entre los dos lo destruiremos a
usted, miserable, cobarde. “No, no lo haga, por favor no. Tenga piedad de mi”
decía saltando nervioso al lado de una piedra, retorciéndose las manos mientras
miraba intenso abajo, al hielo. “De alguna manera arreglaremos el problema pero
no llame al niño. El me convertirá en cenizas aunque yo sea un inmortal”. “Usted se lo buscó. Su hora le llegó
por fin. Era lo que yo quería que le pasara”.
El ave dio cinco pasos mas tranquila en dirección
al nido que había dejado junto a un poste de la hamaca. Lo agarró con
delicadeza en el pico y se elevó rápido treinta metros en el aire tan frío, pasándolo
luego a sus garras en un movimiento àgil. Se dejó caer en picada sobre el hielo,
aguzando la mirada para encontrar al niño que caminaba lento entre las rocas en
ese momento de silencio y bruma.
Faltando sesenta metros para llegar al suelo lo
vio entre las rocas blancas, y en un descenso velòz llegó hasta él, todavía con
la cara congestionada por la ira tan fuerte que no lo dejaba en paz. Le faltaba la respiración, tenía los
ojos rojos y jadeaba aturdido.
Cuando el muchacho se dio cuenta del gran buitre,
fue porque lo sintió encima. El fuerte viento de su vuelo lo tambaleó, arrojándolo
contra una roca que estaba cubierta de nieve muy gruesa.
Sin siquiera
saludar, le dijo. “ Usted debe ser Axo el joven que va a la cima de èsta
montaña”.
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