La luz lo cegó y entonces volvió a cerrarlos para
protegerlos, pero después fue abriéndolos despacio hasta acostumbrarse al fulgor. Volteó a mirar a
todos lados con gran nerviosismo. Vio la pata del buitre encima de su pecho
desnudo y flaco, humillándolo, le vio el plumero del buche untado de sangre. Observó
las piedras sucias que rodeaban el jardín, el nido de los pichones del buitre a
su lado derecho y finalmente al ojear al niño que se había acercado para que lo
mirara de frente, se encontró con sus ojos que miró sin dudar.
Algo extraño-muy extraño le pasó a Rusos.
Sintió convulsiones delirantes, extraviadas; Se retorcía en el suelo como un gusano metido
en el fuego que quiere escapar de ese infierno; estaba muy pálido y cadavérico.
Los ojos se le hundieron. Una babaza espesa le apareció en la boca chorreándole
por la mandíbula y cayendo al suelo lenta y fermentada. El subir y bajar de sus
costillas parecía un fuelle loco activado por manos poderosas; gritaba
enloquecido como si fuera a perder la vida y pedía auxilio en ese estado tan
irracional. “Ayúdenme inmortales que este niño me va a matar. Vengan ayúdenme
por favor. Ven Patasola mía, ayúdame en èste momento tan trágico para mi. No me
olvides.
Ponía los ojos hundidos, en blanco y estrellaba la
cabeza contra el suelo como un gigantesco martillo incontrolado, sacándose
sangre que caía en chorritos y gotas en la sábana arrugada- manchada, hasta que
después de veinte minutos de horrible delirio y pataleo alucinado, se durmió
con la boca y los ojos abiertos quejándose
hondamente en un largo sueño de duración tres días.
En algunos ratos de ese sueño no confiable, el
buitre había bajado al valle para traer alimentos diciéndole a Axo que no
descuidara al inmortal, que no lo fuera a dejar huir porque entonces el
esfuerzo se habrìa perdido.
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