lunes, 19 de diciembre de 2016

AXO, EL ALUPIO Y LA MONTAÑA 63 (La historia de una criatura humana(?) de ocho centìmetros.



La luz lo cegó y entonces volvió a cerrarlos para protegerlos, pero después fue abriéndolos despacio hasta  acostumbrarse al fulgor. Volteó a mirar a todos lados con gran nerviosismo. Vio la pata del buitre encima de su pecho desnudo y flaco, humillándolo, le vio el plumero del buche untado de sangre. Observó las piedras sucias que rodeaban el jardín, el nido de los pichones del buitre a su lado derecho y finalmente al ojear al niño que se había acercado para que lo mirara de frente, se encontró con sus ojos que miró sin dudar.
Algo extraño-muy extraño le pasó a Rusos.
Sintió convulsiones delirantes, extraviadas;  Se retorcía en el suelo como un gusano metido en el fuego que quiere escapar de ese infierno; estaba muy pálido y cadavérico. Los ojos se le hundieron. Una babaza espesa le apareció en la boca chorreándole por la mandíbula y cayendo al suelo lenta y fermentada. El subir y bajar de sus costillas parecía un fuelle loco activado por manos poderosas; gritaba enloquecido como si fuera a perder la vida y pedía auxilio en ese estado tan irracional. “Ayúdenme inmortales que este niño me va a matar. Vengan ayúdenme por favor. Ven Patasola mía, ayúdame en èste momento tan trágico para mi. No me olvides.
Ponía los ojos hundidos, en blanco y estrellaba la cabeza contra el suelo como un gigantesco martillo incontrolado, sacándose sangre que caía en chorritos y gotas en la sábana arrugada- manchada, hasta que después de veinte minutos de horrible delirio y pataleo alucinado, se durmió con la boca y los ojos abiertos quejándose  hondamente en un largo sueño de duración tres días.

En algunos ratos de ese sueño no confiable, el buitre había bajado al valle para traer alimentos diciéndole a Axo que no descuidara al inmortal, que no lo fuera a dejar huir porque entonces el esfuerzo se habrìa perdido. 




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