El señor del tiempo oscuro ya repuesto de sus
crisis, invitó a Axo y al alupio a entrar a una habitación donde guardaba
corotos, ahí tenía las alas emplumadas que le permitían desplazarse a cualquier
lugar en planeos vigorosos, las bajó de una alta pared donde las tenía colgadas
y forradas con plásticos. Le dijo a Axo. “Ayúdeme a sacar éstas alas al patio
para arreglarlas y volar a la cumbre porque quiero llevarlos hasta allá……….para
que lleguen ràpido”. “Es que usted puede volar?”. “Si. No lo hago seguido pero
cuando necesito ir a alguna parte, me pongo estas alas y vuelo el tiempo que
quiera”. “Tan rico poder volar” respondió el joven. “Usted me hace sentir
envidia”.
Cogieron las alas. Uno las agarró de un lado y
otro del otro, y saliendo al patio las extendieron en el suelo donde Rusos las sacudio
cuidadoso después de quitarles los plásticos que desde hacia tiempo las cubrìan.
Las revisó atento casi pluma por pluma asegurándose de su resistencia y aguante.
Eran gigantescas, sòlidas pero elàsticas y axo se preguntaba como haría para
manejarlas en semejante violencia del aire, y con tanta humedad en las alturas.
El alupio leyò el pensamiento del joven, y dijo. “Rusos
es el maestro de las águilas, de los cóndores y de las aves de èstas regiones.
Con el han aprendido los secretos de los vuelos, el manejo del viento en
cualquier direcciòn, la lucha con los huracanes, el gobierno de las nubes tan
mojadas, como mares…….. el sabio uso de las plumas. Rusos les ha enseñado a los buitres, los ángulos que
deben usar en sus desplazamiento y en las picadas cuando van por una presa. Han
aprendido como hacer ascensos en la lluvia, desplazamientos en los veranos, y
los atrevimientos en las noches mas oscuras, cuando no hay luna ni estrellas
que los guien. De modo que el vuelo de èste inmortal es perfecto y totalmente
seguro”, terminò diciendo el alupio. “Si,
todo lo que ha dicho es cierto, sabia criatura, pero ahora alistémonos para
llevarlos a la cumbre”, dijo el
inmortal.
Se hizo al lado de las correas ocultas entre el
plumaje y recogiéndolas, jaló fuerte, levantándolas de un tirón. Se metió
debajo extendiendo los brazos para recibirlas en la espalda, las sujetó en el
pecho y en los brazos aseguràndolas en un instante y empezando a aletear como
un pájaro gigantesco. Sin mucho esfuerzo se elevó veinte metros sobre el patio
yéndose doscientos metros mas allá en suave navegación con las alas extendidas calentando
los músculos y la sangre. Poniendo ágil su cuerpo. Luego regresó con la cara
satisfecha, roja de alegría.
Axo
estaba admirado y envidioso de Rusos, vièndolo volar así.
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