martes, 2 de octubre de 2018

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 49




El día se llenaba de luz blanca.
Manoa cubrió a su mujer con una cobija que la protegía del viento, de la arena y de los rayos del sol furiosos en las horas. Caminaron largo trayecto, silencioso y rutinario mecidos por el vaivén de los animales que como olas se desplazaban hasta allá, para regresar otra vez en ritmo cadencioso, armónico.
En el largo rato de caminata, todo fue lo mismo encima de la extensa arena y las dunas amarillas, hasta que a las cuatro de la tarde llegaron a las peñas de la mitad del camino, que se alzaban magníficas, imponentes.
Se arrimaron a los pies de la milenaria roca, desmontándose para estirar los músculos que sentían adoloridos y también para respirar libres porque no era lo mismo que hacerlo encima de un camello. Se estuvieron quietos y ociosos bajo las sombras largas de algunas puntas minerales que los protegían, dándoles tranquilidad. Después de cuarenta minutos, caminaron por ahí, mientras tomaban agua y murmuraban cosas. “Comamos algo que ya es hora”, dijo Manoa.
Sansón abrió un morral que Mara había tejido con lana de oveja. Sacó la comida envuelta en hojas de plátano, ofreciéndolas a sus papás que comieron despacio mientras estaban sentados en la suave maleza. Eran pasteles, plátano, carne, arroz, arepas hechas por Mara el día anterior. “Esto está delicioso” dijo Manoa mordiendo un pedazo de plátano y alargando la mano para coger una arepa.
Después de comer, a la señora le dio sueño. Estaba cansada.
 Se recostó en las hierbas poniendo la cabeza en una cobija doblada. Durmió largo rato, cuidada por el padre y por el hijo. “Deberíamos quedarnos aquí esta noche”, dijo Sansón, suave, para no despertarla. “Si, creo que es lo mejor. Descansemos nosotros también y ahora inventamos algo para protegernos del sereno y de la noche”.








No hay comentarios:

Publicar un comentario