jueves, 1 de noviembre de 2018

CUIDADO SANSON LO QUIEREN MATAR 51



“Los dioses quieren raptarte para llevarte con ellos. Están celosos con nosotros por tenerte” le dijo Manoa, afirmando entre la arena y entre algunas piedras, un poste central que resistiría casi todo el peso de la cubierta, que al fin quedó lista para guardarlos en esa noche.
El marido haría guardia primero, hasta que la luna llegara alta en el cielo, luego Sansón vigilaría desde las dos de la mañana hasta el completo amanecer.
Prendieron una fogata con troncos y ramas que encontraron al otro lado de las peñas, para alejar a los animales salvajes, a las culebras y otros bichos peligrosos que pudieran hacerles daño. . . Comieron frutas secas que sacaron de uno de los morrales, y se alistaron para  el descanso, tirándose encima de dos pieles de león puestas dentro de la tienda para amortiguar la talladura de la arena. “Tendré la espada lista por si acaso”, dijo Manoa con la cabeza agachada, pasando el dedo pulgar sobre el cortante filo que lanzaba destellos con la luz de la fogata. “Debes tener cuidado con los ladrones” dijo Sansón. “A mi ya me atacaron cuando regresaba a Israel”. “Te atacaron?. . . y no habías dicho nada”, respondió la madre algo alterada. “No quería intranquilizarlos”. “Debes cuidarte. La vida no es fácil, tiene peligros a toda hora y en todo lugar”. “Lo sé, pero llevo algo en mi, que me protege siempre, siempre”. “Como así”, murmuró Manoa. “Es el secreto que me acompaña y que ustedes ven cuando reflexiono junto a la casa, o debajo de las palmeras”.
Mara y Manoa se miraron sin decir nada.
Ella, igual que su marido, sabían que Sansón era un muchacho señalado por el ángel para hacer cosas especiales, desconocidas por la gente. Sabían que tenía la protección del cielo y que una coraza inmensa lo escudaba en todas partes y en todo tiempo, sin excepción.
Sansón pensó en la cobra obediente a sus deseos. Ella también lo protegía a toda hora aunque nadie la viera. Era su talismán, su defensa y su escudo, sin la cual no podía hacer nada extraordinario.
Ya soñolientos, dijeron “buenas noches”. Entonces el sueño les llegó lento y silencioso. 

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